Al llevar sus ojos al cielo, descubre unos nubarrones, pero no logra adivinar si será llovizna o una gran tormenta.
Su rostro revelaba preocupación y la disputa interna entre su mente y corazón.
El calor denso de la ciudad se disipa con la presencia, ya inevitable, de la precipitación.
El único refugio deseable se encuentre todavía muy lejos, y a cada paso la preocupación allana su interior.
Una marca en el suelo, luego otra y otra más. La llovizna es un hecho.
Por un momento cierra los ojos y se deja envolver por ese nuevo aroma.
Olvida y sonríe.
En el camino piensa en las palabras exactas, las más sutiles, las menos hirientes. No se da cuenta que pasó tiempo. Ansiaba el reparo de su hogar.
Apresurado llegó a la puerta para quedarse luego tieso, frío... completamente inmóvil.
Vaciló por un momento.
Se preguntaba si la tormenta persistiría por mucho tiempo.
Algo lo inquietaba.
Aún así, se dispuso a disfrutar aquel día de lluvia. Después de todo sólo era eso... otro día de lluvia.
Respiró profundamente. Asimilaba cada cuadro descripto.
En un rincón de la sala, junto al ventanal abierto de par en par, ella cierra precipitadamente el libro.
Sus sentimientos e imágenes se amontonaban en su mente. Se sintió turbada al identificarse con aquel personaje.
Miró a través del ventanal y, sonriendo tristemente, se dio cuenta de que afuera llovía... y adentro también.