Todo tiene su tiempo...
y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora

lunes, 23 de junio de 2008

Recomenzar (II parte)

Un hombre bajito y de edad avanzada salió a recibirnos: era Don Ayalef.

Su rostro mostraba los rasgos típicos del paso del tiempo. Sus ojos tenían un brillo especial, que junto a su mano, estrechándose con la mía, me conmovieron el alma. Y fue ese instante en el que me sentí una más… una mujer que nació en el campo, vivió toda su vida en el campo y, probablemente moriría en el campo.

Con la gentileza característica del hombre del interior, nos guiaba hacia otro sitio. El relieve escarpado nos obligó a caminar entre los basaltos que afloraban como agujas. Y así, comenzó su historia. Trágica, sí.

Caminábamos cuesta arriba por el mallín (curiosamente el aspecto era muy diferente a los mallines que yo conocía).

Don Ayalef perdió todo lo que tenía el invierno pasado. Algunas lluvias torrenciales comenzaron a socavar su precaria vivienda, los corrales, bajando por el mallín que no lograba divisar.

La lluvia se hizo tormenta y la tormenta diluvio. Corrió con su hijo para arrear las ovejas que pastoreaban lejos de la casa.

Era de noche; todo estaba oscuro y frío.

Con una rapidez casi imperceptible el techo de su hogar comenzó a caer.

El mallín, que se extendía cuesta abajo, se desprendió del suelo llevándose con él corrales, techo, paredes, ropa, camas… hogar.

Fue inevitable que mi garganta se anudara en ese preciso instante. Mientras nos guiaba por ese mallín que ya no conocería, nos enseñaba los restos de telas abrazados a las rocas; las chapas retorcidas.

“Alcancé a sacar a mi mujer y mis hijos”, me comentó. “En menos de dos minutos el agua se llevó todo y nos quedamos ahí, parados abajo de la lluvia. No sabíamos qué hacer.”

Durante la siguiente hora, habló detalladamente sobre lo ocurrido y cómo salió adelante.

A su avanzada edad era optimista y, había “arrancado de cero” como en los primeros años de su juventud; sin problemas, sin reproches, sin excusas, sin remordimientos.

Sin embargo, me quedé pensando: el agua no sólo se había llevado el sustento para vivir; había arrastrado con su vida, con su historia… y le había otorgado una nueva oportunidad.

5 comentarios:

Adriana Lara dijo...

muy entrañable. Yo, casi cuarentona...

Indigente Iletrado dijo...

El agua tiene esa ambivalente virtud de acariciar al tiempo que puede consumir la roca.

Las tormentas son nuestro recordatorio de ello.

Unknown dijo...

Wow! Tal cual! A mí me pasó algo parecido, solo que ya no vivía allí, y se trató de un tornado... el único registrado en mi país, Uruguay. Fue bastante triste, porque además también era en el campo y los lugares que describís eran similares...

Me encantó tu relato... me sentí como Don Ayalef...

Unknown dijo...

preciosa historia y si no quieres beber agua en la fiesta que he montado pues hay otras bebidas pero me gustaría que vinieses por que te he dejado un regalito en mi hotel del alma, cuando puedas puedes venir a recogerlo, espero que sea de tu agrado, hay una super gala montada, música, barra libre etc. Y no te preocupes por llegar tarde, esto es para largo, jejjeje

Salu2

WILHEMINA QUEEN dijo...

Felicitaciones por el PREMIO AMOR PERFEKTO

Un abrazo,
Verónica

Pequeño rincón de cosas que leo y me sorprenden



Ella barrió el otoño del patio de mi casa
y casi a quemarropa se nos vino el verano.

De súbito, la escoba se llenó de ramas
y a sus manos, ya verdes, regresaron los pájaros.

Todo de golpe. Todo cruzó como una ráfaga.
Sucedió tan de pronto q no puedo acordarme
ni cómo se llamaba.

Barrió el otoño y luego
ella olvidó acordarse.
Creo q hemos pactado no acordarnos de nada.
Pero el otoño vuelve cada otoño
a mi casa, y acumula mil hojas
donde no escribo nada.

Ella no ha vuelto. Nunca voverá a su tarea
de barrer el otoño del patio de mi casa.
En adelante, el viento barrerá la nostalgia.

Lo que no entiendo es,
cómo me olvidé de olvidarla.

("Ronda para barrer el patio")
Armando Tejada Gómez