Todo tiene su tiempo...
y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora
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miércoles, 21 de mayo de 2008
Recomenzar (I parte)
Don Ayalef era un hombre de campo.
Había vivido toda su vida en el campo. Había nacido en el campo y, probablemente moriría en el campo.
Perdido en la precordillera chubutense, en medio de sierras y mallines, se dedicaba a pastorear unas pocas ovejas, caballos y algunos cabritos.
la ruta no te lleva al campo de Don Ayalef. Más bien, es como jugar al "tesoro escondido"; fijando la atención en las "pistas" junto al alambrado, o en las indicaciones de algún vaqueano.
Anduvimos cientos de kilómetros hasta que dimos con una huella de carro, allí, junto al esquinero de vaya uno a saber que cuadro, qué campo. Fuimos. Nos arriesgamos a perdernos otra cantidad de horas.
Internándonos en las sierras, nos encontramos con diferentes paisajes a lo largo del camino recorrido.
Llegamos a unas casas, junto a un arroyo seco; unos pocos árboles y la puesta de sol pisándonos los talones.
Dijeron que teníamos que seguir subiendo (aunque no se veían los caminos)... sin embargo, lo hicimos.
Existían varias versiones sobre lo que le había ocurrido a Don Ayalef el invierno pasado. Todas ellas trágicas.
Era un "caso" sorprendente y singular; y aunque el motivo del viaje era meramente técnico u observacional, en mi interior no era tan superficial.
Temía conmoverme al llegar; no sabía con lo que me encontraría. Y uno, si viaja en calidad de científico, no puede -según dicen- involucrarse emocionalmente con el caso a estudiar. Valga la redundancia, no era mi caso.
Cuando me dí cuenta, habíamos llegado al final de un camino.
Lo sorprendente fue encontrar dos casitas, como las de un barrio urbano, si se quiere; el cuadro desencajaba en el contexto que observaba. No me malinterpreten; es que uno no está acostumbrado a ver este tipo de viviendas en medio de las sierras... donde no llega nadie. Uno sabe que las condiciones en las que viven esas personas es muy precaria; subsisten.
Un hombre bajito y de edad avanzada salió a recibirnos: era Don Ayalef.
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Pequeño rincón de cosas que leo y me sorprenden
Ella barrió el otoño del patio de mi casa
y casi a quemarropa se nos vino el verano.
De súbito, la escoba se llenó de ramas
y a sus manos, ya verdes, regresaron los pájaros.
Todo de golpe. Todo cruzó como una ráfaga.
Sucedió tan de pronto q no puedo acordarme
ni cómo se llamaba.
Barrió el otoño y luego
ella olvidó acordarse.
Creo q hemos pactado no acordarnos de nada.
Pero el otoño vuelve cada otoño
a mi casa, y acumula mil hojas
donde no escribo nada.
Ella no ha vuelto. Nunca voverá a su tarea
de barrer el otoño del patio de mi casa.
En adelante, el viento barrerá la nostalgia.
Lo que no entiendo es,
cómo me olvidé de olvidarla.
("Ronda para barrer el patio")
Armando Tejada Gómez
3 comentarios:
como sigue?
Muy bueno, muy tuyo...
Fabri!
Cómo también andás desaparecido, no va a importar que a esta altura te diga que este post ya tiene II Parte, je!
Mar
... gracias. Espero te guste el resto.
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